Un cuento corto que escribí antes de dormir…

Mi querida paloma
«La luz sobre la sombra; cálida y mortal.
La esperanza revuelta sobre estómagos inertes, cerca de la irrealidad.»
Tal vez sea muy apresurado decirlo, pero creo que está muerta.

Solía correr detrás de ella después dejarla volar; pero ésta vez no sé que hizo, que no pudo revolotear.

Supongo que fue el peso de la tremenda carta que, atada a su patita, intentaba enviar. O tal vez la caja de chocolates que sobre su espalda até muy bien con el mecate que usaba para colgar ropa. O la de bombones… O una combinación de las tres, sin olvidar el mecate que muy bien le até a su espalda.

Pero ¿cómo no quieres que sea romántico? Si aquella mujer me vuelve loco, y despierta en mí las ideas de romance más arcaicas que pudieran existir.

Además, la idea de la paloma mensajera sonaba tan ingeniosa, que no me pude desistir.

Está bien, exageré un poco ésta vez. Pero ¿cómo iba a saber yo que no soportaría tanta carga? Yo la alimentaba muy bien. ¡Lo juro! Tres veces al día, y con el mejor buffet que puedas imaginar. Todo tipo de semillas; las más caras, y las más vendidas. ¡Yo creía que eso era más que suficiente!

Además, ya había enviado un par de paquetes de poemas que bien podían pesar 50 gramos cada uno.

Está bien, puede ser la edad; antes era joven y robusta. Últimamente ya se le notaba decaída, un poco famélica, y atarantada.

El otro día la dejé volar por la tarde cerca de mi casa. A los veinte minutos, ya estaba de regeso a mi lado, pidiendo con esos ojillos frígidos regresar a mi hogar.

Como sea, pude exagerar ésta vez. Pero ¡¿qué culpa tengo yo de que haya caído sobre el asfalto por donde suelen circular los autos?! ¡Perdóname, pero ahí sí no tengo culpa alguna! A ver dime, ¿yo le dije que volara y cayera por ahí? Bien pudo haber reconsiderado el no volar, y quedarse a mi lado. ¡Yo no la obligué a volar! ¿O crees que sí? ¿Insinúas que se trató de un suicidio, influido por la vida que llevaba conmigo?

No, no, no. Categóricamente respondo que no. ¿Cómo se te ocurre pensar tal barbaridad? Si yo la trataba como a una reina.

Sí, sí. La enviaba muy lejos, con muchas cosas sobre su espalda. Pero regresaba, ¿no? Si no le gustaba la vida a mi lado, pues mejor irse y ya. Al fin que hasta regalitos llevaba consigo la muy condenada.

Pero, a ver, a ver, dime, ¿qué piensas? ¿Fue la carta, los chocolates, o los bombones?

Sí, eso pensé yo. Tal vez fue aquél extremo del mecate que se enredó con la llanta de mi auto. ¡Pero, en eso no tuve nada que ver yo! ¿O, en verdad crees que sí? Si tú eras el que la detestaba…

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“D. R. © Juan Manuel Ramírez Velasco; México, D.F., 2008.»

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